Esito sería, el MAS está a punto de enfrentar, quizás, la única batalla que le queda y a la que han llegado por culpa de los propios masistas, evistas y arcistas. Aquella fuerza que rediseñó la política en Bolivia gracias a su discurso populista y a la reivindicación de las demandas históricas de las clases indígenas, se está rompiendo a pedazos, aquel tejido social comunitario se está deshilachando. El conflicto interno definido a favor de Lucho por el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) con una ilegal resolución que obliga al Tribunal Supremo Electoral (TSE) a cometer un delito (reconocer un congreso ilegal), deja a Evo muy cerca del lugar donde habitan los espíritus de los muertos; el infierno. Evo ahora solo tiene las bases, aunque estas son cada vez menos y reducidas al Chapare; Lucho tiene el poder del gobierno y ahora tiene la sigla, pero no le alcanza para ratificar la continuidad del partido en el poder, no es líder dentro el masismo. Este forzado e ilegal reconocimiento del arcismo como dueño del MAS, ha puesto el dedo en la llaga: el instrumento no solo está partido, está quebrado, estructuralmente no tiene cohesión, tiene directivas de los movimientos sociales paralelas, una bancada dividida y cada vez más violenta; Lucho imposible que sea candidato y Andrónico, aunque no lo quieran ver, responde a Evo. Si Evo decide aliarse a otra sigla para las elecciones del próximo año, habrá sepultado al MAS. Quizás aquello no midieron los arcistas, sin un candidato de la talla de Evo o sin el respaldo de este, también terminarán matando al MAS. La pugna sepultó a Evo y a futuro también lo habrá hecho con el MAS.
Esta “peleíta” ha desnudado las carencias internas del MAS, lo ha expuesto como un partido fracturado, y quizás lo peor, ha significado el agotamiento de un molde político que por casi 20 años ha centralizado el poder alrededor de una persona, un liderazgo carismático, hegemónico, tiránico, egocéntrico. Nunca se preocuparon por la construcción de nuevos liderazgos, lo de Andrónico no alcanza, aparece como producto de la emergencia. Evo fiel a su estilo, marchó, bloqueó, se declaró en huelga de hambre, pidió la renuncia de Lucho y sus ministros, disparó contra la Policía, tomó por asalto cuarteles, se burló de la justicia y terminó clamando que no lo maten. Evo, de tener un sólido núcleo de apoyo, muestra que su capacidad de convocatoria se ha reducido a pocos sectores sociales y en determinados centros geográficos, es la dicotomía, tiene la fuerza, pero ahora con limitaciones, ha perdido a las clases medias urbanas y a los profesionales independientes. Lucho, pese a haber ganado la pulseta, no ha salido incólume, es una victoria pírrica, se ha valido de una justica servil para dañar profundamente, no solo la imagen de su exjefe, sino también la reputación personal de Evo. Ese cálculo político no ha bastado para consolidar ni un liderazgo sólido ni al arcismo como una fuerza política al interior y más allá del MAS. A la larga, la disputa interna, le va a pasar la factura al instrumento político en su conjunto, lo que inicialmente fue una fortaleza, se ha convertido en una de las principales debilidades del MAS, la suma de varias causas sociales como el vehículo para articular demandas históricamente no resueltas, lograron cohesión en torno a un liderazgo fuerte, fueron movilizados alrededor del caudillo y se olvidaron de fortalecer el movimiento dejándolos vulnerables a los conflictos internos y con una falta de una visión de largo plazo que genere y promueva una sucesión de liderazgos internos. El dedazo fue institucionalizado y allí perdieron todos. Sí Evo es el gran derrotado, Lucho y el MAS están un escalón menos. Ahora es cuando se desnuda el problema de fondo, el MAS nunca tuvo ni ejerció una democracia interna, Lucho es producto del dedazo, su victoria se logró dentro del sistema de una democracia liberal y representativa, pero internamente él no es producto de esa democracia. La institucionalidad del MAS estuvo basada en el principal activo político que fue la figura de Evo Morales, ese modelo ahora tiene claras señales de desgaste y crisis, ha debilitado al MAS como organización política, pero también ha afectado al sistema político boliviano, lo ha hecho dependiente y gira en torno a lo que sucede con el MAS. Aquella falta de una tradicional institucionalidad partidaria que fue remplazada por un exacerbado caudillismo, ha socavado al MAS que ha dejado de ser la promesa de un acceso directo de los sectores populares al poder. El MAS enfrenta su mayor reto, superar la fragmentación interna, debe demostrar que es capaz de reinventarse y tiene que construir una estructura partidaria que esté más allá de figuras individuales, parece muy difícil si lo primero que hace es aferrase a Andrónico, allá no demuestra que tiene principios democráticos claros. La próxima competencia electoral del 2025 puede ser el principio del fin del MAS, enfrenta un desafío inédito, la necesidad de reinventarse sin Evo como su figura central.
Con el MAS más o menos definido, de cara a las elecciones de 2025, todo apunta a un escenario de alta fragmentación, desde la oposición hay tres grandes candidaturas también más o menos consolidadas, Jorge Quiroga, Manfred Reyes Villa y Vicente Cuellar y desde el bloque popular dos candidaturas si no logran reunirse alrededor de Andrónico. Lo cierto es que, desde la oposición, se debe consolidar una propuesta que los conecte con los sectores populares, no se pueden ignorar los avances en inclusión social logrados durante el “proceso de cambio”, hay que cambiar las narrativas tradicionales. El MAS supo hacerse fuerte porque la oposición no tuvo la capacidad de avanzar en la lectura de un nuevo país, pero el MAS también hizo lo suyo para demostrar que su modelo no funciona y que nos han llevado al borde del abismo, deben dejar de seguir haciéndonos daño, es tiempo del cambio.
Fernando Berríos Ayala es politólogo.