DE RIVALES A ALIADOS

Gamal Serhan Jaldin (@gamalbolivia)

Durante décadas, las empresas operaron bajo un modelo centrado en la autosuficiencia y el control. La integración vertical era sinónimo de poder: controlar toda la cadena de valor, desde la producción hasta la distribución, garantizaba márgenes estables y barreras de entrada. Otros optaron por la integración horizontal, buscando dominar segmentos de mercado a través de adquisiciones o fusiones. En ambos casos, la lógica era clara: crecer a costa del competidor.
Pero esa lógica ha cambiado.
Hoy, la rigidez estructural y la competencia excluyente han dado paso a un modelo mucho más dinámico y estratégico: la economía colaborativa. Este cambio no solo redefine cómo operan las empresas, sino también cómo se relacionan entre sí. En lugar de competir para eliminar al otro, ahora muchas organizaciones buscan formas de integrar capacidades, complementar recursos y construir alianzas que generen valor compartido.
Este giro ha sido especialmente visible en sectores con alta demanda tecnológica y necesidad de innovación constante, como el de las telecomunicaciones.
Las empresas de telecomunicaciones, tradicionalmente colosos verticales, han tenido que enfrentar un entorno cada vez más complejo: saturación de mercados, presión regulatoria, explosión del tráfico de datos y competencia no solo entre pares, sino también con gigantes tecnológicos que operan bajo otras reglas. Frente a esta tormenta perfecta, la autosuficiencia dejó de ser una virtud y pasó a ser una traba.
Así, lo que antes era impensable —compartir infraestructura, servicios o incluso clientes— se ha convertido en una estrategia necesaria para sobrevivir y crecer. La colaboración ya no es una excepción, sino una ventaja competitiva.
Este cambio se ha materializado en múltiples formas:
  • Compartición de infraestructura: En Latinoamérica, un ejemplo clave es la alianza entre Telefónica y AT&T en México para compartir infraestructura de red. Esta colaboración permite a Telefónica ofrecer servicios móviles usando la red de AT&T, reduciendo su necesidad de inversión en despliegue físico y concentrando recursos en experiencia de cliente y servicios digitales.
  • Alianzas con OTTs (Over-The-Top): Claro (América Móvil) y Movistar han integrado servicios como Netflix, Amazon Prime y Disney+ a sus planes móviles y fijos, no como competencia, sino como parte del paquete. Estas alianzas permiten diferenciarse sin tener que desarrollar contenido propio, mientras los OTT acceden a millones de usuarios adicionales en la región.
  • Modelos de negocio mixtos: En Colombia, TigoUne (resultado de la fusión de UNE y Millicom/Tigo) es un ejemplo de integración horizontal con impacto positivo: ambas empresas aportaron fortalezas distintas —infraestructura y marca local por un lado, tecnología y gestión internacional por otro— generando una oferta más robusta y competitiva.
  • Co-creación con startups: Telefónica, a través de su programa Wayra, ha impulsado decenas de startups en América Latina con una visión clara: no solo invertir, sino integrar esas soluciones innovadoras en su oferta. Desde seguridad digital hasta servicios financieros móviles, muchas de estas soluciones ahora forman parte del ecosistema digital de la operadora.
  • Redes compartidas: En Brasil, empresas como TIM, Vivo y Claro participan en proyectos conjuntos de cobertura rural y expansión de 4G en zonas remotas. Compartir espectro y red permite llegar a lugares donde operar en solitario no es rentable, democratizando el acceso y cumpliendo con regulaciones sin duplicar costos.
Este nuevo paradigma se basa en una premisa simple pero poderosa: sumar fortalezas y compensar debilidades. En lugar de replicar lo que otro ya hace bien, la lógica colaborativa busca unir piezas complementarias. Una empresa puede tener la infraestructura, otra la tecnología, otra el acceso al cliente final, y otra la capacidad de escalar una solución global.
Esto permite multiplicar el alcance y la velocidad sin necesidad de crecer en tamaño o endeudarse en exceso. La colaboración se convierte en una forma de expansión más eficiente, flexible y alineada con las exigencias del mercado actual.
Sin embargo, esta evolución no es solo tecnológica o estratégica. También es cultural. Muchas empresas aún arrastran la mentalidad del control, del secreto, del “hacer todo en casa”. Cambiar eso requiere liderazgo, apertura y una visión clara del valor que puede generar la colaboración bien gestionada.
No se trata de aliarse con cualquiera ni de disolver la identidad propia. Se trata de diseñar alianzas con propósito, objetivos claros, roles definidos y mecanismos de gobernanza que garanticen beneficios compartidos.
En el sector de telecomunicaciones, donde las fronteras con otras industrias son cada vez más borrosas —finanzas, salud, entretenimiento, educación—, la colaboración no solo es útil: es inevitable. Las empresas que entiendan esto a tiempo podrán posicionarse como plataformas abiertas, listas para conectar soluciones, talentos y mercados.
Las que insistan en competir como si fueran las únicas en la cancha, probablemente se quedarán atrás.
La economía colaborativa no elimina la competencia. La redefine. Ahora competir no es eliminar al otro, sino encontrar el mejor lugar en un ecosistema donde la suma de partes bien articuladas vale mucho más que el esfuerzo aislado.
Y en esa nueva lógica, los más inteligentes no son los que dominan todo, sino los que saben con quién asociarse, cómo sumar y hasta dónde llegar juntos.

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