Por Ricardo V. Paz Ballivián
La reciente encuesta publicada por el diario El Deber, vino a respaldar la decisión de los candidatos del campo democrático, de participar cada uno por separado y abandonar cualquier esfuerzo por presentar un binomio único que pueda enfrentar con éxito al neopopulismo autoritario, que trata de reinventarse en la figura de Andrónico Rodríguez. Los datos de esa encuesta dicen que Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga disputan el primer lugar y que Rodríguez aparece rezagado en el tercer puesto. Un poco más allá se ubican Manfred Reyes Villa y Rodrigo Paz. Los otros cinco contendientes tienen números muy bajos.
Según ese estudio, el neopopulismo autoritario habría sufrido un descalabro de dimensiones colosales. De haber conquistado en los últimos veinte años con amplitud más de la mitad del electorado, con las excepciones de 2016 y 2019, ahora no llegaría al 20%. Esta noticia ha llenado de alborozo a los equipos de campaña opositores y a varios analistas y opinadores, que se apresuraron a decretar que “el MAS ha muerto” y que ahora la presidencia la disputarán los candidatos del campo democrático.
Robert Greene, autor de “Las leyes de la naturaleza humana”, nos explica que, dado que nuestras emociones condicionan nuestras percepciones, tendemos a descifrar la realidad a través de sesgos que nos hagan sentir bien con nuestros deseos. Este filósofo contemporáneo, sistematiza seis sesgos que deberíamos evadir, para poder analizar la realidad con cierta racionalidad y objetividad: el sesgo de confirmación, que busca evidencia que sustenten nuestra opinión o sea que confirme lo que queremos creer, el sesgo de convicción, que parte de la fe en las ideas propias, en las que se cree tan firmemente que tienen que ser ciertas, el sesgo de apariencia, que olvida que en muchas ocasiones las fachadas engañan, el sesgo grupal, mediante el cual nos sentimos motivados a adoptar ideas y opiniones de nuestro entorno inmediato, el sesgo de culpa, que atribuye a los demás (a los contrarios) la responsabilidad de lo que no nos gusta y el sesgo de superioridad, que presupone que somos más racionales, inteligentes y éticos que el resto (de nuevo, especialmente de los contrarios).
Me parece que la mayoría de las opiniones y análisis que surgieron de la encuesta que aludimos, están contaminadas con alguno o todos los sesgos que hemos mencionado. Obviamente en primer lugar los que dirigen o están involucrados en las campañas, ya que tienen que justificar porqué, a pesar del clamor generalizado de la ciudadanía democrática, insisten en ir cada uno por su lado. Se esfuerzan, con gran entusiasmo, en argumentar que el neopopulismo autoritario ya no es una amenaza letal para la democracia. Que no existe la posibilidad de una victoria de Andrónico ni en primera y menos en una segunda vuelta. Que vamos a retornar a una democracia multipartidaria que hará necesarios los pactos y los acuerdos … en fin, que la larga noche del masismo está por terminar inevitablemente.
Todo a partir de una, dos o tres mediciones cuantitativas realizadas en un contexto de incertidumbre. Ni siquiera quieren admitir el dato más importante de la encuesta: ¡el 60% del electorado manifiesta que NO ha decidido su voto y que puede cambiar su débil adscripción inicial! ¿Cómo puede un analista u opinador serio, o un estratega de campaña que sepa algo de este asunto, pensar que no estamos ante una elección completamente abierta, con una historia electoral y adscripciones identitarias muy adversas al campo de las opciones democráticas? ¿Cómo puede existir tanta arrogancia, triunfalismo y ceguera, sólo para justificar el egoísmo y falta de patriotismo para concretar la UNIDAD?
Lo único que garantiza que derrotemos al neopopulismo autoritario es la UNIDAD de las fuerzas democráticas. El riesgo de continuar separados, bajo la premisa de la imposibilidad de la victoria de Andrónico en primera vuelta, es demasiado alto. No cometamos el mismo error de 2020. En ese entonces anunciamos desesperados lo que iba a suceder (adjunto a esta nota el llamado angustiado que hice en aquella oportunidad) y no nos quisieron escuchar. No esperemos que la realidad barra con todos nuestros sesgos con que pretendemos evitarla. No sigamos tratando de justificar lo injustificable.
Por Ricardo V. Paz Ballivián
La reciente encuesta publicada por el diario El Deber, vino a respaldar la decisión de los candidatos del campo democrático, de participar cada uno por separado y abandonar cualquier esfuerzo por presentar un binomio único que pueda enfrentar con éxito al neopopulismo autoritario, que trata de reinventarse en la figura de Andrónico Rodríguez. Los datos de esa encuesta dicen que Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga disputan el primer lugar y que Rodríguez aparece rezagado en el tercer puesto. Un poco más allá se ubican Manfred Reyes Villa y Rodrigo Paz. Los otros cinco contendientes tienen números muy bajos.
Según ese estudio, el neopopulismo autoritario habría sufrido un descalabro de dimensiones colosales. De haber conquistado en los últimos veinte años con amplitud más de la mitad del electorado, con las excepciones de 2016 y 2019, ahora no llegaría al 20%. Esta noticia ha llenado de alborozo a los equipos de campaña opositores y a varios analistas y opinadores, que se apresuraron a decretar que “el MAS ha muerto” y que ahora la presidencia la disputarán los candidatos del campo democrático.
Robert Greene, autor de “Las leyes de la naturaleza humana”, nos explica que, dado que nuestras emociones condicionan nuestras percepciones, tendemos a descifrar la realidad a través de sesgos que nos hagan sentir bien con nuestros deseos. Este filósofo contemporáneo, sistematiza seis sesgos que deberíamos evadir, para poder analizar la realidad con cierta racionalidad y objetividad: el sesgo de confirmación, que busca evidencia que sustenten nuestra opinión o sea que confirme lo que queremos creer, el sesgo de convicción, que parte de la fe en las ideas propias, en las que se cree tan firmemente que tienen que ser ciertas, el sesgo de apariencia, que olvida que en muchas ocasiones las fachadas engañan, el sesgo grupal, mediante el cual nos sentimos motivados a adoptar ideas y opiniones de nuestro entorno inmediato, el sesgo de culpa, que atribuye a los demás (a los contrarios) la responsabilidad de lo que no nos gusta y el sesgo de superioridad, que presupone que somos más racionales, inteligentes y éticos que el resto (de nuevo, especialmente de los contrarios).
Me parece que la mayoría de las opiniones y análisis que surgieron de la encuesta que aludimos, están contaminadas con alguno o todos los sesgos que hemos mencionado. Obviamente en primer lugar los que dirigen o están involucrados en las campañas, ya que tienen que justificar porqué, a pesar del clamor generalizado de la ciudadanía democrática, insisten en ir cada uno por su lado. Se esfuerzan, con gran entusiasmo, en argumentar que el neopopulismo autoritario ya no es una amenaza letal para la democracia. Que no existe la posibilidad de una victoria de Andrónico ni en primera y menos en una segunda vuelta. Que vamos a retornar a una democracia multipartidaria que hará necesarios los pactos y los acuerdos … en fin, que la larga noche del masismo está por terminar inevitablemente.
Todo a partir de una, dos o tres mediciones cuantitativas realizadas en un contexto de incertidumbre. Ni siquiera quieren admitir el dato más importante de la encuesta: ¡el 60% del electorado manifiesta que NO ha decidido su voto y que puede cambiar su débil adscripción inicial! ¿Cómo puede un analista u opinador serio, o un estratega de campaña que sepa algo de este asunto, pensar que no estamos ante una elección completamente abierta, con una historia electoral y adscripciones identitarias muy adversas al campo de las opciones democráticas? ¿Cómo puede existir tanta arrogancia, triunfalismo y ceguera, sólo para justificar el egoísmo y falta de patriotismo para concretar la UNIDAD?
Lo único que garantiza que derrotemos al neopopulismo autoritario es la UNIDAD de las fuerzas democráticas. El riesgo de continuar separados, bajo la premisa de la imposibilidad de la victoria de Andrónico en primera vuelta, es demasiado alto. No cometamos el mismo error de 2020. En ese entonces anunciamos desesperados lo que iba a suceder (adjunto a esta nota el llamado angustiado que hice en aquella oportunidad) y no nos quisieron escuchar. No esperemos que la realidad barra con todos nuestros sesgos con que pretendemos evitarla. No sigamos tratando de justificar lo injustificable.