
El presidente Donald Trump volvió a sacudir el tablero geopolítico con un discurso ante el Congreso que combinó ambición, determinación y un aire de desafío. En una alocución que no escatimó en grandes promesas, encomendó a su secretario de Estado, Marco Rubio, afinar los detalles para que Estados Unidos “recupere” el Canal de Panamá, al tiempo que abrió la puerta a un futuro incierto en Groenlandia, donde aseguró que promoverá el derecho a la autodeterminación de sus habitantes e, incluso, les ofreció la posibilidad de integrarse a la Unión Americana.
Con el tono marcial que lo caracteriza, Trump advirtió que, por razones de seguridad internacional, Estados Unidos conseguirá Groenlandia —territorio autónomo del Reino de Dinamarca—, sea de un modo u otro, porque necesitamos la isla para prevenir un eventual ataque del extremismo islámico. Y, en un guiño a su doctrina de supremacía militar, reafirmó su compromiso de construir las Fuerzas Armadas más poderosas del futuro, adelantando que EE.UU. ya trabaja en un escudo de protección similar al Domo de Hierro de Israel.
Pero si alguna declaración marcó la noche fue su mirada más allá del planeta Tierra. Con el aplomo de quien se siente dueño del destino de su nación y más allá, Trump proclamó que la era dorada de Estados Unidos apenas comienza y que no descansará hasta ver la bandera estadounidense ondeando en el planeta Marte.
La guerra en Ucrania
Trump no se midió en sus revelaciones. Informó al Congreso que recibió una carta de Volodímir Zelensky en la que el líder ucraniano, olvidando el mal momento de hace una semana en la Oficina Oval de la Casa Blanca, le ofreció volver a sentarse en la mesa de negociaciones, en la fecha que Trump estime conveniente.
Según la versión radiotelevisada desde el Congreso de los Estados Unidos, Zelensky está dispuesto a negociar los acuerdos de paz con Rusia bajo el liderazgo del presidente estadounidense y también está listo para firmar los acuerdos sobre minerales y tierras raras que la semana pasada quedaron pendientes.
Otra de las revelaciones fue su conversación con Moscú. El presidente estadounidense dijo que Rusia también está dispuesto a encontrar una solución para detener la guerra, que causa muerte y sufrimiento desde hace tres años. ¿No es esto muy bueno? preguntó Trump a los congresistas, arrancando aplausos de los republicanos, ante la mirada impertérrita de los demócratas. Reiteró una vez más la importante cantidad de recursos que su país destinó a Ucrania —350 mil millones de dólares— y, en contrapartida, citó que toda la ayuda europea no llega ni a los 100 mil millones. La diferencia es demasiado grande, teniendo en cuenta que a nosotros nos separa un océano de distancia. Los europeos gastan muchísimo más en comprar petróleo y gas de Rusia que en ayudar a Ucrania, señaló Trump.
¿Dónde queda la globalización?
El estruendoso espectáculo montado hace unos días por Trump en la Casa Blanca, con Zelensky como invitado maltratado, no marcó ni el principio ni el fin de la globalización. Ese resquebrajamiento se venía gestando en los pasillos oscuros del poder desde hace tiempo. Sin embargo, el mencionado encuentro fue el campanazo más resonante, la señal inequívoca de que la geopolítica mundial se reconfigura a velocidad de vértigo, mientras algunos, aferrados al espejismo de la estabilidad, siguen esperando que todo vuelva a ser como antes.
El mundo, que hace unos años parecía dividido entre dos bloques enfrentados económicamente —con Estados Unidos en una esquina y China en la otra—, hoy muestra un panorama mucho más complejo. Nuevos y viejos actores han entrado en escena con agendas propias. Rusia sigue ostentando un poder militar formidable (y un arsenal nuclear que no deja de brillar), mientras Europa, de golpe, descubre que ya no es un actor central.
Si las relaciones entre EE.UU. y la UE ya eran ríspidas, ahora el diálogo es prácticamente inexistente. Bruselas ha tomado nota y, en lugar de esperar el próximo arrebato de Washington, ha decidido fortalecer su inversión militar. Programas como la Iniciativa Europea de Protección del Cielo y ReArm Europe buscan movilizar 800.000 millones de euros en los próximos cuatro años para aumentar el gasto en defensa.
Lo más sorprendente es que, en los círculos europeos, ya no solo se habla de represalias arancelarias, sino de algo que hasta hace poco parecía impensable: una remota respuesta militar a las presiones de Washington. Y en esto Groenlandia puede ser el punto de quiebre.
El nuevo Trump
A diferencia de su primer mandato, Donald Trump no muestra ningún atisbo de sutileza. De un manotazo, ha cambiado las fichas del tablero, dejando algunas tambaleando y a otras con la mirada perdida, tratando de entender la brusquedad de sus movimientos. Ya no hay rastros de la sofisticación estratégica de un Kissinger; el nuevo Trump prefiere la política de la patada en la puerta.
Su cruzada contra los globalistas y la multilateralidad ha sido despiadada; retiró a EE.UU. de la OMS, cortó fondos para la lucha en favor de los derechos humanos en la ONU y renunció a la lucha contra el cambio climático. Arremetió contra las políticas de género. Pero lo que realmente amenaza con desmoronar el frágil equilibrio internacional es la guerra comercial.
Trump inició el ajuste de cuentas con sus vecinos. México, pragmático, pidió tiempo para cumplir con las exigencias de Washington; Canadá, con la elegancia de un buen vecino, anunció represalias inmediatas. Pero en su discurso ante el Congreso, Trump reveló que Canadá impone aranceles mucho más altos de los que aplica Estados Unidos y eso debe cambiar. Lo mismo ocurre con México que, además, enfrenta hostigamiento por la migración y el tráfico de fentanilo, un opioide sintético hasta 50 veces más potente que la heroína.
La guerra puede descontrolarse después del próximo 2 de abril, fecha elegida por Trump para aplicar la política de reciprocidad arancelaria, con el pretexto de que Estados Unidos es más víctima de aranceles elevados que todos sus socios comerciales.
La movida más arriesgada de Trump es su enfrentamiento con China. El gigante asiático anunció responder con la misma moneda y aplicar aranceles donde más le duele a Estados Unidos, la industria agrícola. Lo que viene promete ser aún más doloroso, con tarifas que afectarán la maquinaria agrícola, una de las piedras angulares de la economía estadounidense. Tampoco deja de provocar zozobra la declaración de la embajada China en Washington que, al día siguiente del discurso de Trump, sostuvo que ese país está listo para la guerra en el ámbito comercial o en cualquier otro frente.
El sello definitivo
En su extenso discurso ante el Congreso, Trump dejó claro que su agenda sigue intacta. Quiere volver a “hacer grande a América otra vez” y, para lograrlo, no piensa detenerse ante nadie. La guerra comercial se está calentando y su impacto será global.
Mientras tanto, en Bolivia, el gobierno del MAS sigue mirando al mundo en términos de izquierdas y derechas, como si el tiempo se habría detenido en la Guerra Fría, cuando más allá de nuestros límites la realidad avanza a otro ritmo. El gobierno que asuma en noviembre deberá enfrentar un escenario internacional completamente distinto y, por consiguiente, deberá rediseñar la vapuleada política exterior boliviana.
El desenlace global dependerá de cuánto haya calculado Trump sus fuerzas, de cuánta paciencia tengan sus vecinos y de cómo efectivamente reaccionen Europa y China, a los que Trump ha sumado a Brasil y la India, mientras Rusia, seguirá mirando de palco. Si el huracán estadounidense no encuentra resistencia, podríamos estar presenciando el escalofriante resurgimiento de un mundo unipolar… con un amo ruidoso y, sobre todo, impredecible.