Lo menos que podemos es ser objetivos en el análisis de la situación actual, dado que las apreciaciones, especialmente del gobierno, tienen un alto grado de subjetividad y que por lo tanto no pueden ser consideradas como reales. Los estudios de opinión muestran que el 94% de los bolivianos dice que las cosas, en general, han tomado la dirección incorrecta. De forma unánime, la población percibe en este momento que el país no está bien conducido y que las decisiones que se toman están mal encaminadas, especialmente en Santa Cruz y Cochabamba donde los números están por encima del promedio. Los sondeos van más allá y concluyen que, entre enero y septiembre del presente año, la aprobación del Luis Arce ha caído de un 42% al 22%, además los resultados muestran que el 95% de la ciudadanía piensa que la economía no va bien. Eso determina que incluso la desmoralización por la situación económica y política del país abarca también a la propia gente del arcismo. En los dos últimos meses, los bolivianos hemos soportado un incremento de la inflación y un aumento del desempleo respectivamente. Los bloqueos que han asfixiado, especialmente a Cochabamba, han profundizado el deterioro económico y social de los bolivianos por la desfachatez de un individuo que ha utilizado esta estrategia para pretender evitar una investigación penal o su posible detención por acusaciones de delitos extremadamente aborrecibles, tan repugnantes que mucha de su propia gente ya no cree en el otrora máximo cacique.
La confianza política es casi inexistente, está devaluada, en términos normales esa confianza se refleja en el apoyo de la ciudadanía a los Órganos de Poder del Estado, a sus autoridades y obviamente a los liderazgos que conducen a la sociedad. Esa confianza se relaciona con la certidumbre que generan las estructuras político-partidarias, hoy estas no sirven, han perdido credibilidad. Las instituciones han dejado de ser importantes porque no son valoradas positivamente, sus niveles de transparencia, credibilidad, imparcialidad e idoneidad no están más. La legitimidad del poder sólo sirve para los masistas seguidores de Lucho, esa legitimidad también está en crisis, se ha generado una pérdida de confianza política en el sistema y el poder efectivo se está extinguiendo. Es la consecuencia de una confianza política descompuesta por el capricho de uno que cree que Bolivia es su hacienda y del otro que le tiene miedo y que, encima, ha perdido la capacidad de administrar el Estado. Son más de 20 días de sometimiento a la población boliviana porque el acusado quiere escapar de la justicia, la desobedece, va más allá, quiere voltear al gobierno, atenta contra la vida cuando le dispara a la Policía y solivianta a la población del Chapare para tomar cuarteles militares, es la barbarie suprema, es la desobediencia civil, es el sumun de un autoritarismo que la Constitución castiga y que el gobierno no tiene la capacidad de hacerla cumplir; el país: ¡que se joda! Total, es una vuelta más al tornillo sobre la inoperancia de los actores y de sus instituciones. Le temen a “los monstruos y a sus síntomas morbosos”, y es ese engendro que quiere volver a gobernar, a ese nivel de descomposición hemos llegado, se afrenta a la Constitución Política del Estado, a las Fuerzas Armadas y al pueblo boliviano.
A lo largo de estas casi tres semanas, la realidad dura son los incalculables perjuicios, daños y pérdidas en varias cadenas productivas y en la mayoría de los circuitos comerciales, en muchos casos, son irreversibles o tardarán años en recuperarse; lo cierto es que se sufre en gran parte del país como consecuencia de estos criminales bloqueos, es insoportable y el dizque candidato dueño del MAS, tiene un velo ideológico estúpido y una incapacidad en la comprensión de la economía privada, de los momentos difíciles que viven los productores y comerciantes, de los negocios y de la gente que depende de su propio trabajo. La falta de combustible, de dólares o el encarecimiento de los productos de la canasta familiar no se va a resolver con un bloqueo nacional de caminos, es una percepción alejada de la realidad, es una incoherencia intelectual (de la talla del autor) y, con un pliego político nada creíble que se derrumba ante los hechos. Aun así, el gobierno lo invita al diálogo, ¿es esto real? ¿así funciona? ¿en qué momento Bolivia perdió el rumbo? La clásica política de movilización, bloqueo de caminos, golpe de Estado, atentado a la democracia, sedición, terrorismo, en medio de esta crisis y del caos al que nos han llevado, no tienen explicación y están muy lejos de ser entendidos.
Se ha puesto al Estado bajo asedio, las instituciones son víctima del espectro ideológico, las han vuelto indeseables y son susceptibles de ser eliminadas. La gobernabilidad del Estado incomoda al MAS evista y se instrumentaliza el poder para imponer propósitos personales y de corto plazo, esta anarquía rechaza la necesidad de instituciones democráticas que nos permitan caminar hacia una sociedad más justa; han trastocado el camino, se impone la ausencia de orden para garantizar la libertad de un solo individuo, nos arrastran a situaciones caóticas, más anarquía imposible. La pugna al interior del MAS no solo es por ver quién se queda con el partido, hay una pugna por destruir el Estado; el gobierno manejado por líderes que se identifican como socialistas atentan contra la institucionalidad del país so pretexto de prevalecer sobre los modos y las formas de la derecha, por eso el poder es instrumento para someter al país. Se han perfeccionado las formas de maldad dentro de ese individualismo exacerbado de Evo a costa del bienestar de la mayoría de la población; el gobierno prefiere la propaganda antes que la gestión y descuidan su deber de garantizar hasta los más esenciales derechos, ha sido mejor sacrificar el bienestar y hasta la seguridad de la mayoría de la población, eso no solo los hace ineficaces, sino también corruptos.
Mgr. Fernando Berríos – Politólogo